Pablo Paniagua - Escritor
Literatura Indie*

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EL MONO CIBERNÉTICO



1.
        ¿Libros? Éste puede ser un libro que empieza... un libro digital dentro de un diario digital. ¿Quién soy? El de cara de chimpancé, de mona Chita sin Tarzán simulando su grito por aquí. Es la compulsión por escribir igual que un grito interior que no sale por la garganta, sino de los dedos que pulsan estas teclas. Para ello me afané en dejar la banana a medio terminar, aunque no soy yo el que escribe porque los monos no saben leer y mucho menos escribir; es éste que me suplanta, que tomó mi foto de Internet para decir que soy yo, que es él, que es un chimpancé pensante…
        Es difícil vivir sin identidad, pues todo ha de ser nombrado para existir, además de tener una imagen reconocible. Yo sólo me reconozco en esa fotografía robada para suplantarme a mí mismo, un ser agazapado tras la pantalla de una computadora, un escritor sin rostro que con estas palabras se mete dentro de tu cabeza, dentro de tu casa... Existo y no existo, soy un algo virtual, un racimo de palabras que se entrecruzan buscando un significado, ente de sustancia efímera… nada más.
        Acabo de cenar y una mona me espera para esta noche. No sé cómo se darán las cosas, si es que se dan; de cualquier modo trataré de pasarlo bien. Ahora ya son dos vidas paralelas las que tengo (si acaso no son más): la virtual que invento y la real que no paro de inventar. Así es el devenir, algo que nos viene dado de acuerdo a una caída como de fichas de dominó, de un efecto pocas veces predecible y que termina, a saber, con la muerte. Pero hoy no debo preocuparme, pues un libro acaba de nacer. El resultado tampoco es predecible, como ese devenir que mueve los hilos de la existencia, pues escribo esta historia sin saber su final y recorrido: toda una incógnita; he ahí lo emocionante de la apuesta, del experimento de acumular palabras e ideas en busca de un significado, y tú, lector, eres mi cómplice, el destinatario de un mensaje que se precipita en un universo fractal de enlaces cibernéticos, algo que dicen ciberespacio.
 
 
2.
        Me llamo Li Ming. Con este nombre me pueden imaginar con cara de chino, o sea, con los ojos rasgados y el pelo lacio. Trabajo en un circo y me dedico a amaestrar monos. Tengo entendido que anda uno por aquí. Si lo ven o tienen señales de él no duden en avisarme. No es normal que un chimpancé esté pululando en Internet. Sería algo insólito, hecho impensable. Además los primates no escriben, y éste parece ser un caso especial y por tal razón lo necesito para el circo.
        Me pregunto por dónde entrará en la web. ¿Ustedes lo saben? Le llevo siguiendo la pista un tiempo, pero siempre se me escapa. Ya es un asunto de orgullo atrapar al chimpancé que escribe, que asume el nombre y apellido de otra persona para hacer sus fechorías. Sería mejor tenerle como espectáculo en un circo, para que los niños se rían y le echen cacahuates. ¡Maldito mono! ¡Lo atraparé para meterlo en una jaula! Los monos están para hacer monerías y para escribir, en todo caso, ante otro tipo de audiencia. Tengo un mal presentimiento: de que este mono se mezcle entre nosotros los humanos, y otros primates lo puedan secundar, y ya saben cómo acabó la película: a la de El planeta de los simios, me refiero. Está en juego, quizá, la supremacía de nuestra especie. No podemos permitir que este mono cibernético tome su lugar como si estuviera en la selva, ¿quién sabe las ideas extrañas que pueda tener? Si lo ven, no duden en avisarme; les pagaré por ello. Vivo en el circo de la esquina, allí donde doman pulgas. Tal vez el mono las tenga; todo está por ver…
 
 
3.
        Soy la pulga del mono y ayer por la noche me tuvo de aquí para allá, dando saltos de un bar a otro. Había quedado con una mona; yo esperaba que ella tuviera algunas pulgas, pero era muy limpia y no las tenía. Ya se pueden imaginar, ¡qué aburrimiento!, sin nadie con quien comentar la jugada y sin la probabilidad de llevarme a una linda pulguita a la cama. Y el mono, que con su amplio pelaje es mi mundo, no hizo nada más que platicar y platicar, aunque también se pegó unos bailes y le dio a la mona unos cuantos besos, pero de acostarse con ella, nada de nada... “Qué para otro día”, le dijo la mona... Entonces nos fuimos de la fiesta y me tuvo dando vueltas, como ya dije, de aquí para allá. En verdad no sé qué piensa el mono, pues yo sólo habito en él y de vez en cuando me asomo para ver lo que hace, aunque siempre escucho lo que dice. Ya llevo bastante tiempo con él y a veces lo paso bien, aunque escribe y escribe casi todo el día... Quizá fuera mejor estar en la selva o en el circo del chino que siempre le anda buscando. En el circo podría conocer a alguna linda pulguita, para ya se imaginan: llevármela a la cama.
        Por ahora seguiré con el mono, aunque sea para estar en este libro digital, en esta cosa extraña; a lo mejor por aquí conozco a otra pulga, a otro mono o a otro chino... Nunca se sabe las vueltas que da la vida; quizá algún día me vaya con el chino para hacer un espectáculo en el circo, bajo una lupa gigante... Entonces, ya no seré la pulga del mono y podré tener un nombre más artístico de estrella circense. Por si acaso, lo iré pensando: la Pulga Saltarina, la Pulga Contorsionista, la Pulga Payaso o la Pulga Domadora de chimpancés...
 
 
4.
        Todavía no sé si el mono me suplanta o yo suplanto al mono, dualidad personal, vidas paralelas que se desarrollan detrás de una misma imagen, dos fuerzas que no están en oposición, que se complementan cuando una toma de la otra lo que necesita; pero, aun así, siento la confusión de no saber exactamente cuál es la esencia de mi identidad: un simulacro de otredad, de saber que existo en otro plano virtual; y digo simulacro porque el mono soy yo y yo soy el mono, pero no somos iguales, el reflejo no es idéntico porque el espejo está trucado, hay una refracción que duplica pero a la vez otorga la diferencia, pues ya somos dos en vez de uno los que están por fuera de la imagen reflejada.
        Y ayer, en compañía de esa imagen que también soy yo, estuve con la mona, muy mona ella, porque en este caso el dicho (“aunque la mona se vista de seda, mona se queda”) no se cumple, será porque ella no suplanta a ninguna mona, aunque sea mona. Ya saben, las historias necesitan de personajes para que les den continuidad, y aquí el mono necesita de una mona, una Chita sin Tarzán y sin Jane. Ésta no daba el grito cuando bailaba, lo hacía con elegancia (el baile, no el grito irrealizado), dando vueltas al son de la música, entre mis brazos que la sostenían por su espalda desnuda. Y así, mirándonos de cerca, sus ojos los percibía enamorados, con la sonrisa que los acompañaba en su rostro de piel clara.
        El baile lo dimos en una fiesta de la que me fui porque la música no me gustaba, pura cumbia y ritmos del estilo, sones populares de estas latitudes que mi oído no soporta, y la mona se quedó con sus amigos, después de salir para despedirme con un beso.
        Luego caminé por las calles, a asomarme en los bares, a bailar otras canciones, dando saltos y saltos de chango, trepándome a los árboles de las plazas para gritar, en la noche, el grito de Tarzán que sonaba como un aullido de lobo.
 
 
5.
        No creo que el escritor suplante al mono, sino a la inversa. Él nos crea y nos inserta en una historia, en una ficción, y nos da la vida. El mono es un personaje como yo; bueno, no igual, siempre hay clases, ya me entienden. Eso es sabiduría china, como la de Lao Tse y la de Confucio, pues si el escritor suplantase al mono otra cosa sería de la historia. El mono es el mono y el escritor el escritor, eso es lógico, pero el mono no puede ser escritor y el escritor sí puede ser el mono. ¿Me entienden ahora? El mono es el mono y el escritor todos nosotros: el mono, la mona, la pulga y yo. Conclusión: No le hagan caso al mono, es un impostor en impostura constante, un mentiroso, un simulador de identidad… Pero como todos salimos de la imaginación del escritor, al final espero no acabar siendo el mono. ¡Oye tú, el que escribe esta historia! ¡Quiero seguir siendo el chino! ¡No te hagas líos!
        Yo soy el gran Li Ming, domador de monos, y del mismo modo que me hago entender con mis razonamientos enseño a los primates, ya sean orangutanes, macacos, titíes, mandriles o chimpancés. La verdad, éste es el primer caso que escucho de un mono que sabe escribir, de un chimpancé que se hace pasar por escritor. No lo puedo imaginar como humano, aunque sí como una alfombra peluda con el trasero pelado, pegando saltos como un enajenado en busca de su premio: una simple banana. Así es el método Pavlov, el que utilizo para amaestrar a mis criaturas; y ahora debo pensar qué será mejor para el mono cibernético: si una mona en celo, un bolígrafo, una computadora o una patada en su culo pelado. Alguna manera habrá para domarlo, aunque lo primero, claro está, es atraparlo. Para ello le tenderé una trampa, y a este respecto no puedo ofrecer detalles…
        Así es el juego al que nos tiene abocado el creador de esta historia, cuando estoy seguro de que el escritor no suplanta al mono, sino a la inversa. Bueno, eso ya lo dije al principio.
 
 
6.
        Con mi vieja Sony Vaio portátil del 98, que me regaló una ex novia japonesa, entro en el ciberespacio como lo haría el capitán Solo con el Halcón Milenario (en este caso, prefiero no ser el primate supermoderno Chewbacca, el de piel de peluche y hablar gutural, porque ése no se comía ni una rosca –Han  Solo, por lo menos, tenía enamorada a la fea princesa Leia, y eso es mejor que nada–). Desde un lugar remoto, con tan viejo aparato, me interno en Weblandia a través de chips y conductos de fibra óptica, señales satelitales y demás ingenios cibernéticos, para pilotar por entre un rizoma casi infinito. Somos millones y millones los que vivimos en Weblandia, pero yo soy el único que se transforma en mono para hacerlo. Ya parece que se va entendiendo la cuestión dual o de la doble personalidad: el escritor web camuflado para el combate cibernético de las letras... Por ahí pululan los editores Lord Vader que quieren implantar la “literatura chatarra” a través de su Imperio, pero la resistencia surge en Internet.
        Éste es el salto del mono, la apuesta arriesgada de un escritor, siempre inconformista e iconoclasta, que hace su revolución contra el Imperio Antiliterario por aquí. Sé que estoy prácticamente solo porque nadie se atreve a perder la compostura frente a los Lords Vader, esperando que algún día les caigan las migajas, pues no es bueno enfrentarse a los poderosos. Pero yo soy así, no lo puedo evitar, no me gusta arrodillarme para sacar lustre a los zapatos, no me gusta el desprecio de casi todo un sistema frente al arte, y por eso me rebelo. Seré egocéntrico, arrogante y todo lo que quieran, pero tengo el valor y el entusiasmo para hacerlo...
        Adversidad, escribir desde la adversidad, ahí es donde se gestan las grandes obras, el espacio genuino para la creación mientras se camina por el borde del abismo en un equilibrio mortal, porque están en juego los sueños, tu vida y tu futuro, cuando lo apostaste todo a una sola carta.
 
 
7.
        Sí, nos encontramos de casualidad, y él, nada más verme, dijo: “Estoy harto de ir con pendejas, necesito una mujer inteligente como tú.” Y yo le contesté: “Yo también estoy harta de ir con pendejos, necesito un hombre inteligente como tú.” Luego, me pidió el número telefónico, que apuntó en la carátula de un cuaderno, y nos despedimos.
        Así, se puede decir, es como empezó nuestra relación, aunque la primera cita sería para una semana después. Me vestí muy mona para la ocasión, con un vestido rojo escotado y los labios a juego, y de tal modo me presenté a la hora indicada. Él estaba esperándome, sin flores y sin chocolates (así es, hay que aceptarlo como tal, muy práctico y poco detallista).
        Sí, esa noche salimos a bailar y le entregué mis labios, porque así lo deseaba; de no haberlo hecho sería una pendejada, y él y yo, precisamente, ya no queríamos tener más relaciones sentimentales con pendejos. Sí, nos besamos y me gustó.
        De nuestra segunda cita no voy a contar nada (esos detalles prefiero guardarlos para mí), pero sí de la fiesta y de cuando él se marchó. La música, he de reconocer, sonaba bastante arrabalera, pura cumbia de la que le gusta al populacho, y él estuvo ahí aguantando lo que pudo. El caso es que nos pusimos de acuerdo, pues yo debía quedarme por compromiso al ser el cumpleaños de un buen amigo y porque ahí, también, estaba mi mejor amiga. Pero así es el asunto: la libertad es buena y tener a las personas atadas es de pendejos; él lo sabe y yo también. Bailamos una canción abrazados y sentí sus manos en la espalda mientras nos mirábamos a los ojos. Nos besamos y me siguió gustando, cada vez más, no lo puedo negar. Al final le acompañé a la calle, para despedirle con un beso, y entré de nuevo a la fiesta. Luego, cuando ya todos estábamos borrachos, apareció un chino extraño, alto y delgado, que preguntó con cierta insistencia por un mono; pero nadie supo darle las indicaciones precisas; quizá en el zoológico, le dijeron.
        Sí, el resto de la fiesta seguí pensando en él, en mi nuevo amor, pues le siento como alguien especial y no quiero perderlo por nada del mundo, a pesar de que se transforme en un mono peludo cuando hacemos el amor...
 
 
8.
        Me acabo de levantar y tengo los ojos todavía más oblicuos.
        Resulta que el mono tiene una mona y una pulga, ideales los tres para el circo. Creo que con ellos podré iniciar por cuenta propia, junto con mi hermano Fu, el Circo de los hermanos Ming; yo domando a los chimpancés y a las pulgas, y él haciendo diversos saltos y acrobacias. El mono, por lo visto, también salta, pero con un tipo de salto que dice literario; cuestión de apuesta existencial, arguye el muy bellaco, y todo para seguir con sus desmanes. Maldito mono... ya te atraparé para que brinques en mi circo mientras te llueven cacahuates.
        La otra noche estuve cerca de atraparlo. Llegué después de que abandonara la fiesta donde, al parecer, estaba la mona. A ella creo que la identifiqué entre tanto borracho, todos extrañados de ver a un chino preguntando por un mono. Los muy estúpidos, mientras bailaban una música horrorosa, decían que lo buscara en el zoológico, de tal modo que me marché para no aguantar semejante espectáculo de tercera.
        Luego fui por los bares y no pude reconocerle, pues siempre anda camuflado con su apariencia de humano. A este respecto todavía no tengo datos fidedignos y me guío por la intuición, aunque ya sospecho quien es la mona, pues la vi en aquella horrible fiesta con su vestido rojo. Más tarde, al amanecer, pude escuchar el grito de Tarzán pero emitido de una manera extraña, como si lo hiciese un lobo, y supuse al mono, todo marihuano, trepado a un árbol.
        ¡Mono! ¡Escúchame! ¡No creas que siempre vas a tener tan buena suerte! 
 
 
9.
        Las novelas de caballerías regresaron con fuerza al panorama literario, cuando parecía que con El Quijote se iniciaba un camino definitivo. Alonso Quijano ha de salir de nuevo a los caminos, pero esta vez disfrazado de mono y con una pulga como escudero, cuando son otros los tiempos y otros los lugares por donde ahora cabalga sin rocín. Su musa, el motivo de su locura y su búsqueda, sigue siendo Dulcinea, la coartada para que el escritor se vaya directo a través de la literatura, a través del arte. Si Miguel de Cervantes arremetía contra todo un género narrativo en predominio, yo, el que está detrás del mono, hago lo mismo ahora con todos mis actos y afirmaciones. En realidad soy una mezcla de Cervantes y Marcel Duchamp, un provocador en pos de la esencia artística, un chango que salta por la jungla cibernética con ese grito de Tarzán que suena como si fuera aullido de lobo, Aullido como el de Allen Ginsberg, pero anunciando a otra generación el final de los tiempos.
        Ahora, que vivimos caminando directo hacia la distopía, casi ningún escritor es capaz de estar en su tiempo, de enfrentar esa distancia entre el presente y el futuro, para conformarse con asimilar y narrar exclusivamente lo banal; ahí está la verdadera derrota de la literatura. Y ya no son las actuales novelas de caballerías, de un historicismo suplantador para lograr mejores ventas, lo es prácticamente casi todo, una narrativa vacía de contenidos que no viene diciendo, salvo excepciones, nada nuevo, que no sobrepasa ese costumbrismo galdosiano: la misma novela escribiéndose una y otra vez es la novela española del siglo XX. ¿Serán capaces los autores españoles de escribir algo distinto en este siglo? ¿Y qué harán los autores hispanoamericanos? “La novela, ahora más que nunca, ha de indagar en los problemas esenciales del hombre, en su tiempo y en lo que se avizora en el horizonte y más allá de él.”
        El mono arremete contra los gigantes del mundo editorial, que son esos molinos de viento, mientras la literatura se ahoga en un pozo profundo. Nadie hace nada y todos se miran al ombligo, no hay una ruptura… porque la misma crisis de la Humanidad se ve reflejada en todas sus manifestaciones, cuando ni siquiera los que deberían alzar su grito, a través de la palabra, lo hacen.
        Hoy muchos escritores reconocidos son menos que nada… burgueses complacientes, derrotados, pues son muy pocos los que asumen el peso de una responsabilidad evadida por la mayoría.
        (Este Quijote-mono, que ya no utiliza lanza, acaba de arrojar un cóctel molotov).

 

 

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